Isla Vulcano: la subida al Gran Cráter y los baños de lodo
Milazzo, 11 de junio de 2018.
Mañana tengo el vuelo de regreso a Barcelona desde Palermo, así que hoy ha sido mi último día en Sicilia. Todavía no me he recuperado del oído y prefiero ir al médico y quedarme tranquila que continuar incómoda el resto del viaje. Me da mucha rabia pero son cosas que pasan y la salud es lo primero. Los lugares nunca se moverán de su sitio y nunca es tarde para volver.
El último destino de mi viaje ha sido Milazzo aunque con la intención de visitar Vulcano, una de las siete islas Eolias. Nos hubiera gustado verlas todas pero por falta de tiempo hemos tenido que escoger solo una. Después de haber subido al Etna nos apetecía mucho ver otro volcán aunque de menores dimensiones. Por eso, teníamos dudas entre ir a Vulcano o a Estrómboli, las dos islas con volcanes activos. Al final, por una cuestión de tiempo y accesibilidad decidimos ir a Vulcano. Estrómboli está bastante más lejos y requería pasar la noche allí, algo que no podíamos hacer.
La isla Vulcano
Vulcano es la primera de las islas Eolias y está a unos 25 km al norte de la isla de Sicilia. Cuenta con varios centros volcánicos, entre ellos uno de los cuatro volcanes activos no submarinos de Italia. Está unida a otra isla que se llama Vulcanello, aunque antiguamente estuvieron separadas. Desde el año 2000, tanto Vulcano como el resto de islas Eolias forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
La última erupción del volcán fue en el año 1890, hace más de 100 años. A día de hoy no es peligroso subir al Gran Cráter aunque sí hay que tener cuidado porque siguen emanando gases tóxicos de las fumarolas.
De Giardini Naxos a Milazzo
Para ir a Vulcano teníamos que partir desde Milazzo, el pueblo desde donde salen los barcos a las islas Eolias. Nosotros veníamos de Giardini Naxos y desde allí no había conexión directa así que tuvimos que coger dos trenes. El primero desde Taormina/Giardini a Mesina (donde nos despedimos de nuestro compañero Guido) y el segundo desde allí hasta Milazzo. Guido ha decidido continuar su viaje por Mesina y Gaël y yo iremos a las islas Eolias.
En esta ocasión reservamos una noche en el B&B Regina Aurora. A diferencia de los anteriores, este es un bed & breakfast y se nota bastante la diferencia respecto a los hostales. Por ejemplo, aquí tenemos una habitación privada para nosotros, desayuno incluido y el ambiente es mucho más familiar. Lo bueno del B&B es que está en medio de los dos lugares que nos interesan. Es decir, está a media hora caminando del puerto de Milazzo y a 15 minutos de la estación de trenes.
De Milazzo a la isla Vulcano
Ayer por la tarde compramos los tickets del ferry para ir y volver de Vulcano. La única compañía que realiza el recorrido por las islas Eolias es Liberty Lines. Reservamos nuestras plazas para el barco de las 12:15h (llegada a las 13:05) y con regreso a las 18:15 (llegada a las 19:05h). El ferry pasa por todas las islas y Vulcano es la primera, con un trayecto de 50 minutos desde Milazzo. Los tickets nos costaron 38€ a cada uno. Fue el más barato que encontramos pero también los había más caros en función de los horarios.
Al principio nos costó encontrar el puerto desde donde salían los barcos de Liberty Lines pero preguntamos en una de las taquillas y nos indicó cómo llegar. En realidad una vez te sitúas no tiene mucha pérdida porque al parecer todos los barcos salen del mismo sitio.
A pesar de llevar los tickets comprados, antes de subir al barco tuvimos que hacer el check in en el mostrador de la compañía para que nos dieran las tarjetas de embarque definitivas. Esto me recordó mucho a cuándo fui de Helsinki a Tallín en ferry, donde también tuve que hacer lo mismo.
Los asientos del ferry no estaban numerados pero podíamos sentarnos donde queríamos. Nosotros escogimos un sitio en la ventana para ver el paisaje. Pensábamos que existiría la opción de ir en el exterior pero no fue así.
Subida al Gran Cráter de Vulcano
Cuando llegamos a Vulcano teníamos claro nuestro objetivo: subir al Gran Cráter del volcán activo. Llegar allí desde el puerto fue sencillo porque el camino estaba muy bien señalizado. Básicamente seguimos la carretera hasta que encontramos un cruce donde comenzaba el sendero de arena que subía al volcán. Allí había un panel enorme que advertía del peligro de subir por culpa de los gases que emanaban del volcán.
El ascenso fue un paseo agradable y la subida fue progresiva, sin tramos complicados o escarpados. Fuimos caminando por el sendero de arena que bordeaba el volcán, parándonos de vez en cuando para beber agua. A veces resultaba un poco incómodo porque se nos hundían los zapatos (que, por cierto, acabaron igual de grises que cuando subimos al Etna).
Las vistas se iban volviendo cada vez más espectaculares y se podía ver Vulcano desde las alturas, así como las demás islas Eolias (Lípari y Salina en primer plano y Filicudi y Panarea en el horizonte).
Cabe destacar el calor abrasador que hacía hoy. El sol picaba muchísimo y nos tuvimos que tapar los hombros con las chaquetas para no quemarnos. Por no decir que nos embadurnamos de crema solar y llevábamos nuestras gorras de sol puestas.
Paseo por la cima
Tardamos menos de una hora en llegar a la cima. El último tramo era diferente ya que en lugar de ser de arena volcánica era de roca.
Una vez arriba, nos encontramos de lleno con el gran cráter de 500 metros del cual emanaban vapores ardientes y un fuerte olor a azufre que más tarde nos traería desastrosas consecuencias…
Bordeamos el cráter paseando por un sendero bien marcado que permitía verlo desde diferentes perspectivas. Lo que más me llamó la atención fue, sin duda, ver los rasgos de un volcán activo. Es decir, las manchas de color amarillo fosforito, las cenizas, los gases que salían de las fumarolas y el fuerte olor a azufre. Nunca en mi vida había visto nada igual y podías sentir que el volcán estaba vivo.
En el lado izquierdo del volcán los vapores y el azufre emanaban con más fuerza todavía y el olor se hacía insoportable. Tanto, que tuvimos que taparnos la nariz y ponernos las chaquetas a modo turbante.
Cuando pasabas por al lado de las fumarolas notabas el calor que desprendían así que intentamos no acercarnos demasiado para no quemarnos.
Por el alto riesgo de intoxicación que suponía, no se podía bajar al boquete del Gran Cráter. Sin embargo, me da a mi que más de uno lo había hecho porque había unas letras escritas justo en el centro del agujero.
De regreso al pueblo
Desde arriba, las vistas panorámicas del archipiélago eran espectaculares. Además de las islas Eolias también se podía ver Vulcanello, la península que está ahora unida a Vulcano.
Como no aguantábamos más el calor y el olor a azufre, después de bordear el Gran Cráter emprendimos el camino de vuelta. Lo primero que hicimos al llegar abajo fue ir a un supermercado y pillarnos unos refrescos para volver a ser personas. No os imagináis como estaba el agua que llevábamos en las botellas… Ardiendo no, lo siguiente.
Baño de lodo en Porto di Levante
Estructura de los baños
Aunque la subida al Gran Cráter fue muy guay, para mi el momento más divertido fue cuando fuimos a los baños de lodo de la isla. Al principio no estaba muy convencida pero desde fuera vimos a la gente bañándose o tomando el sol embadurnados de fango. Nos llamó muchísimo la atención y, como todavía nos sobraba un rato hasta coger el ferry de vuelta, decidimos probar.
Según anunciaba el panel informativo, los baños de lodo y los vapores tienen propiedades terapéuticas y medicinales y están especialmente indicados para los dolores de articulaciones. También podías aplicar barro sobre la piel a modo de bálsamo, como si fuera un spa natural. La entrada nos costó 5€.
En el recinto había varias zonas:
- La entrada, que es donde comprabas el ticket y te explicaban el funcionamiento de los baños.
- Los vestidores privados, los cuartos de baño y las duchas. Si querías ducharte después del «tratamiento» tenías que pagar 1€ más (nosotros pasamos del tema).
- Los baños de lodo, que están en un pequeño lago a cielo abierto.
- Una superficie rocosa con un camino que te llevaba a la parte alta y donde podías tomar el sol.
- Unas escaleras que conectaban con el mar.
Lo primero que hicimos fue ir a los vestuarios para ponernos el bañador y encontrar un sitio para dejar nuestras mochilas. Acto seguido, llegó el momento de la verdad…
El procedimiento
Al principio nos metimos en los baños de lodo sin tener ni idea de cuál era el procedimiento (o si lo había). Sin embargo, unas señoras que estaban por allí nos vieron bastante perdidos y nos explicaron cuál era el ritual que teníamos que seguir.
Primero teníamos que meternos en los baños y estar allí un ratito. Las aguas desprendían vapores que en teoría iban bien para aliviar la artritis, así que bien. Después teníamos que aplicarnos el lodo sobre la piel y esperar una media hora. En esta fase lo ideal era ir a la parte rocosa y exponer tu cuerpo a los gases que salían de las grietas para complementar el tratamiento.
Para terminar, tenías que retirar el lodo bañándote en el mismo lago. Si querías también podías bajar al mar y quedarte como nuevo pero habiéndote quitado el barro antes.
Nuestra experiencia
La experiencia fue digna de mencionar. Nada más meter el pie en el baño, sentí lo caliente que estaban el agua y el suelo. El agua estaba hirviendo y tenía un color entre azul grisáceo, blanco y amarillo. El suelo también quemaba y pobre de ti si ponías el pie en una zona donde emanaba vapor. Literalmente te quemabas. Había gente que se paseaba como Pedro por su casa pero nosotros intentamos localizar las zonas menos calientes para no acabar con los pies hechos polvo. También se veía cómo salían las burbujitas en la superficie.
Para coger el fanghi bollenti (es decir, el fango) simplemente tenías que meter la mano en el agua y rascarlo del suelo. La textura era entre suave y pringosa y cuando te lo aplicabas quedabas blanco como la pared. De hecho, había una señora cubierta de lodo en la roca y parecía que estuviera totalmente camuflada. Al principio ni nos dimos cuenta de que estaba allí sentada…
A pocos metros del lago estaba la bajada que comunicaba con el mar con una escalera. Podías bañarte sin problemas pero antes tenías que quitarte el lodo de encima para no dejarlo todo perdido. Lo curioso es que, al estar cerca del terreno volcánico, el agua del mar también estaba caliente. Bueno, templada.
Ferry de vuelta a Milazzo
A eso de las 17:45 decidimos prepararnos para ir al ferry. Como no podíamos ducharnos allí, nos bañamos en el mar y luego nos pusimos la ropa normal. Madre mía, no os imagináis la peste que echábamos. Nosotros olíamos fatal a azufre, pero los bañadores y las mochilas no se quedaban atrás. Creo que cuando estábamos en los baños no eramos plenamente conscientes pero cuando salimos de allí nos dimos cuenta de la realidad. Tendríamos que apestar durante todo el camino de vuelta a casa.
En el ferry conocimos a una chica de Lípari, la isla más concurrida y poblada de las Eolias. Nos vio preocupados por culpa del olor a azufre y nos dijo que eso tardaba en irse una semana fácilmente. Así que ya nos podemos preparar…
Castillo de Milazzo y puesta de sol
Como teníamos media hora hasta el B&B decidimos dar una vuelta por el centro y cenar algo antes de darnos la esperada ducha. Nuestra primera parada fue el Castillo de Milazzo, una fortificación situada en lo alto de una colina desde donde se puede ver toda la ciudad. Estaba cerrado, pero al menos pudimos verlo por fuera.
Vimos la puesta de sol desde una especie de mirador que había cerca del castillo, con cuidado de que no nos atacaran unas gaviotas asesinas.
Drama de la peste del azufre
Después de cenar en una pizzería volvimos a nuestro alojamiento y llegó el momento crítico: ducharnos. Yo no sé cuántas capas de jabón me di pero el olor a azufre no se me iba, ni tampoco algunos restos de lodo. Estaba demasiado pegado a la piel. Lo peor es que también me olía fatal el pelo y eso que no metí la cabeza en la piscina. Imaginaos si llego a hacerlo…
También intentamos eliminar el olor a azufre de las mochilas dejándolas ventilar en la ventana por la noche. De la misma forma, lavamos los bañadores con gel en la ducha para ver si así se iba a el olor. Sin embargo, no sólo no se fue sino que incluso empeoró, y creo que es por la mezcla de azufre y jabón.
Como mañana tengo el vuelo de vuelta, lo que haré será meter la ropa apestosa en una bolsa y llevarla aparte. Con suerte no se impregnará de azufre el resto de prendas ni la mochila. Pero vaya, me temo que en cuanto llegue a Barcelona tendré que evaluar cómo está la ropa y tomar medidas. Me esperan unas cuantas lavadoras…
Un saludo, estupendo post.
Para el olor a azufre olvídate de usar jabones.de ningún tipo. Mi abuela me cuenta que a mi abuelo Antonio que era minero y trabajaba en un lavadero y le quitaba el olor de azufre con vinagre blanco.
¡Hola Sofía! Muchas gracias por tu comentario. Ojalá hubiera sabido que no era conveniente utilizar jabón para eliminar el olor a azufre en ese momento. También probé con bicarbonato pero tampoco tuvo mucho efecto (¡había que intentarlo!). Tomo nota de tu consejo de utilizar el vinagre blanco, muy útil 🙂 ¡Un saludo!